Lucía también estaba en estado de shock. Seis años antes, había tenido una cesárea complicada en un hospital de Guadalajara. Apenas logró ver a su bebé antes de perder el conocimiento. Cuando se despertó, una enfermera ya lo había llevado a Sofía. ¿Cómo podría haber otra chica?
Las noches siguientes, Lucía no pudo dormir. Buscó sus registros médicos, llamó al viejo médico, se puso en contacto con enfermeras que conocía. Poco a poco, la verdad salió a la luz: ese día hubo varios nacimientos al mismo tiempo; La sala de maternidad estaba abarrotada y caótica. ¿Era posible que los recién nacidos se hubieran mezclado?
Mientras tanto, Sofía y Ana se volvieron inseparables. Compartieron una sala de estar, iban y venían juntos, parecían unidos por la sangre. Los profesores comentaron:
“Piensan lo mismo, hacen los mismos deberes, incluso juegan como si fueran uno”.
Un día, Carolina susspiró mientras reconocía a su hija:
“Si el hospital realmente cometió un error… ¿Qué vamos a hacer? ¿Quién es la madre biológica de quién?”
La pregunta dejó sin aliento a Lucía. ¿Y si la niña que había criado con tanto amor durante seis años no fuera su hija biológica? Pero mirando a los ojos de Sophie, se dijo a sí misma : “Sea lo que sea, siempre será mi hija”.
Lucía y Carolina decidieron regresar al hospital donde habían dado a luz. Después de insistir, se les dieron los archivos originales. Ahí estaba la clave: ese mismo día había habido un nacimiento gemelar. La madre estaba en estado grave y uno de los bebés fue trasladado de urgencia a una incubadora. Los registros eran confusos, incompletos.
Una enfermera jubilada, al revisar los documentos, se llevó la mano a la boca y confesó:
“Ese día hubo una confusión… Uno de los bebés fue entregado a la madre equivocada”.
Las dos mujeres quedaron paralizadas. Finalmente la verdad: Sofía y Ana estaban gemelas separadas por error desde el nacimiento.
La noticia los llenó de dolor, pero también de alivio: finalmente entendieron por qué las niñas eran idénticas. El destino había sido cruel, pero ahora tenían la oportunidad de hacer las paces.

Lucía regresó a casa y, al ver a su hija dormir, tuvo miedo de perderla. Pero al día siguiente, cuando vio a Sofía y Ana riendo juntas, entendió algo: el amor no se divide, se comparte.
Después de hablar de ello, las dos familias decidieron criarlas juntas, como verdaderas hermanas. No habría “mi hija” o “tu hija”: solo “nuestras hijas”.
Desde entonces, los fines de semana Sofía dormía en casa de Ana, y Ana en casa de Sofía. Las familias se unieron, como si fueran una sola. Las heridas sanaron gradualmente, reemplazadas por la alegría de ver a las niñas crecer en un ambiente lleno de amor.
Años más tarde, cuando los gemelos entendieron la historia, abrazaron a ambas madres y susurraron:
“Somos afortunados… porque tenemos dos mamás que nos aman”.
Lucía no pudo contener las lágrimas. La vida a veces es cruel, pero el amor siempre encuentra la manera de sanar. Y para ella, fue suficiente ver a su hija, o hijas, sonreír para saber que todo valió la pena.